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Es una de las escritoras de habla
inglesa más prominentes de la
segunda mitad del siglo XX. De
naturaleza proteica e imaginación
novelística ilimitada, siguió
impartiendo clases de filosofía en el
Royal College of Arts de Londres,
dedicando cada vez más tiempo a su obra literaria. Nunca descuidaría, sin
embargo sus estudios y su producción filosófica, ni lingüística ni estética.
Políglota desde sus inicios, leía y traducía tanto latín y griego como francés,
alemán, ruso, español e italiano. Estuvo influida por Raymond Queneau,
Samuel Beckett, Jane Austen, George Eliot, Lev Tolstoi, Henry James, Marcel
Proust y William Shakespeare. Su pericia en diseñar la danza de personajes fue
digna de compararse con el bardo isabelino. Perteneció, sin embargo, a una
tradición de novelistas inglesas que salieron del canon y que eludían la
aspiración a pertenecer a un medio dominado por masculinidades rancias, de
nuevo se hace presente el desarraigo con respecto a las estructuras
patriarcales. Prefirió, en cambio, mantener una relación cercana con sus
lectores. Respondía a los admiradores que le escribían uno a uno y esa
correspondencia le permitió desbordar el orden canónico, además de
compenetrar más con sus lectores. Es un tiempo de enorme fertilidad literaria.
Entre sus novelas tempranas podemos mencionar el tren acelerado de
creación que empieza con “La campana” (1958); “Amigos y amantes” (1968);
“El sueño de Bruno” (1969); y prosigue con “Una derrota bastante honrosa”