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incluso con violencia. Es necesario, al menos, sospechar y preguntarse qué hay detrás

               de esta construcción del amor como libertad.
               La  escuela  de  Frankfurt  analiza  el  tema  de  la  dominación  del  capitalismo  sobre  los

               sujetos. Marcuse sobre esto apunta que:
                     “En  esta  sociedad,  el  aparato  productivo  tiende  a  hacerse  totalitario  en  el  grado  en  que
                     determina, no sólo las ocupaciones, aptitudes y actitudes socialmente necesarias, sino también

                     las necesidades y aspiraciones individuales. De este modo borra la oposición entre la existencia
                     privada y pública, entre las necesidades individuales y sociales. La tecnología sirve para instituir
                     formas de control social y de cohesión social más efectivas y más agradables.” (1993, 42).
               Desde  esta  perspectiva,  la  libertad  amorosa  es  una  ilusión  producto  de  un  sistema

               totalitario que tiene como función el control de todo aspecto de lo humano, creando la
               apariencia de libertad. Soy libre de amar de cualquier manera, siempre y cuando esto

               satisfaga  las  necesidades  de  un  sistema  capitalista,  que  de  acuerdo  a  Marcuse  se
               caracteriza por lo siguiente:

                     “Su productividad y eficiencia, su capacidad de incrementar y difundir las comodidades, de
                     convertir lo superfluo en necesidad y la destrucción en construcción, el grado en que esta
                     civilización transforma el mundo—objeto en extensión de la mente y el cuerpo del hombre

                     hace  cuestionable  hasta  la  noción  misma  de  alienación.  La  gente  se  reconoce  en  sus
                     mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, su casa, su
                     equipo de cocina. El mecanismo que une el individuo a su sociedad ha cambiado, y el control
                     social se ha incrustado en las nuevas necesidades que ha producido.” (1993, 26).
               El amor es un producto y como tal ha sido diseñado para venderse, para ser mercancía,

               con todo los que esto implica. El ejemplo más claro es la irrupción de la tecnología en las
               relaciones amorosas. Se vende la idea de que la pareja ideal está a un clic de distancia,

               que ya no es necesario cortejar a la pareja, eso ha quedado obsoleto. Ahora, gracias al
               poder de la tecnología, el amor se vuelve inmediato, rápido y fácil. Lo que no se dice es

               que el sujeto se convierte en un producto a la venta. Los perfiles de las redes sociales y

               de las aplicaciones para “encontrar pareja” no son realmente perfiles pues no muestran
               lo que el sujeto es. Más bien son comerciales donde se anuncian productos, expresando

               únicamente cualidades positivas e ignorando las negativas. Los sujetos (productos) se
               muestran  perfectos,  exitosos.  Aquellos  que  dan  match  o  like,  o  entablan  una

               conversación  con  ellos  también  son  productos.  La  tecnología  los  ha  convertido  en







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