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sociales e individuales hacia una cultura del respeto, la seguridad, la igualdad y la libertad
individual y, así, consolidar sociedades más democráticas, plurales e incluyentes.
II. El género: una construcción sociocultural
Hablar del género requiere puntualizar ciertas precisiones conceptuales que a lo largo del
último siglo han contribuido a enriquecer este término, sobre todo la idea revolucionaria
que en 1935 planteó Margaret Mead (Lamas, 2013) cuando afirmaba que el género era
un concepto cultural y no biológico, marcando así una pauta para distinguir este término
del de sexo, el cual remite específicamente a la constitución biológica del binario
mujer/hombre. Desde entonces, el género ha sido entendido como un fenómeno cultural
determinado por las distintas prácticas y sistemas sociales, como la economía, la
industria o la división del trabajo, a partir de la distinción binaria sexual biológica y de las
normas o lógicas institucionales, como la familia, el matrimonio y la Iglesia, que
promueven distintos roles, conductas y mentalidades sobre lo que representa ser mujer
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y hombre.
El uso del término género para referirse a las
diferencias sociales y culturales del sexo biológico
se popularizó en los años setenta por el feminismo
académico anglosajón, además de que su
proliferación como categoría de análisis permitió
plantear nuevas formas de interpretación,
significación y simbolización de la vida sexual, así
como plantear una crítica de la vida social, cultural y política desde el feminismo. Por ello,
hoy en día cuando hablamos de género usualmente lo hacemos para referirnos a las
mujeres.
Joan W. Scott en su célebre ensayo “El género: una categoría útil para el análisis
histórico” (2013) plantea una definición significativa del término cuando escribe que “el
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Al respecto Conway, Bourque y Scott señala: “La producción de formas culturalmente apropiadas respecto respecto
al comportamiento de los hombres y las mujeres es una función central de la autoridad social y está mediada por la
compleja interacción de un amplio espectro de instituciones económicas, sociales, políticas y religiosas (...) Las razones
para un cambio dentro de normas sociales ya prescritas para el temperamento y la conducta sexuales son igualmente
complejas, y los tipos sociales que de ello resultan no pueden entenderse como simples divisiones binarias o reflejos
de las diferencias sexuales biológicas” (Lamas, 2013, p. 23).
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