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este sentido de tipo religioso, todos estos objetos se conservaron como juguetes u objetos

               de diversión para los infantes. Así entre los juguetes más tradicionales y de uso general,
               en casi todas las culturas se pueden señalar: pelotas, caballitos, muñecas, columpios,

               sonajas, silbatos, trompos, perinolas y animalitos de diferentes materiales, con los cuáles
               niños y niñas se divertían. A lo largo del tiempo, son las sociedades patriarcales las que

               asignan los roles de género a los juguetes de los niños.
               En la primera mitad del siglo XX, los empaques y los colores de los juguetes designaban

               para  qué  género  era  destinado.  Por  ejemplo,  la  autora  Peggy  Orenstein  en  su  libro

               Cenicienta se comió a mi hija, analiza los estereotipos de género femenino de Walt
               Disney con las princesas de las películas como: La Bella Durmiente, Cenicienta, Blanca

               Nieves y La Bella, entre otras, que muestran los prototipo de belleza dirigido para chicas
               blancas y delgadas con  su influencia en los comportamientos de las niñas de 5 a 10 años

                                                de  edad    que  quieren  imitar  a  esas  princesas  de  los
                                                cuentos  y  en    actitudes  que  reflejen  compasión,

                                                sentimiento, vulnerabilidad, mientras que  para los niños,

                                                demandan    en  sus  peticiones  de  cumpleaños  o  día  de
                                                Reyes,  los  coches,  los  héroes  de  acción  y  juguetes  de

               animales que influyen en actitudes de fuerza, valentía, rudeza y agresividad. Este tipo de

               juguetes  continúan  formando  una  educación  basada  en  los  roles  tradicionales  que
               asignan los estereotipos de género.

               “La creación de estereotipos de género está arraigada de manera cultural, es decir, cada
               sociedad  idealiza  conductas,  valores,  creencias,  hábitos  y  juguetes  adecuados  para

               género. Esto se refuerza en distintos ámbitos, sobre todo en la publicidad y el consumo;
               o sea, que la identidad se da a través del consumo y a su vez los productos tienen un

               contenido simbólico.” (Luevano Torres, 2013)




















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