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rituales que aún hoy existen, relacionados con la mutilación de los genitales femeninos.

               A Lilith se le atribuirán, del mismo modo, los sueños eróticos masculinos, similar a los
               súcubos de la mitología latina.

                                                   Queda claro que, como afirma Óscar Solórzano: “Lilith
                                                   comparte  la  misma  historia  de  las  sirenas,  las

                                                   amazonas, las hetairas, todas ellas figuras femeninas
                                                   que han intentado asumirse como mujeres libres, sin

                                                   ninguna  necesidad  de  someterse  a  los  hombres"

               (Solórzano,  2000:  73).  El  destino  de  todas  es  trágico,  pero  sirven  de  ejemplo  a  las
               generaciones siguientes, a las demás mujeres que comparten las mismas intenciones.

               De esta forma entendemos que Lilith no murió ni en el mito ni como idea, a diferencia de
               Adán, quien al participar con Eva en la caída y condena del género humano sufrió por

               ello hasta y con la muerte, la enfermedad, el dolor. Es decir, de la pareja original creada
               por Dios sólo Lilith es inmortal.

               Entonces, Lilith vive en teoría como espíritu nocturno y profundamente erótico. Es, al

               mismo tiempo, eterna por sí misma, por el ejemplo de la lucha, trasgresión y valentía que
               representa en el siglo XXI, cuando todavía existen Adanes que exigen obediencia ciega

               porque se creen superiores a la nueva Lilith; los que esperan la sumisión de Eva, la capaz

               de aceptarlo todo con tal de mantener la supuesta paz del hogar. Sí Lilith vive, pese a los
               propósitos de resucitar al Dios vengativo, cruel e intransigente del Antiguo testamento,

               en el cual los nuevos adanes se escudan para afirmar que las mujeres no son dueñas de
               sus cuerpos ni de sus deseos, los que la encasillan en cinco rubros limitantes: el ser

               monja, casada, virgen, mártir o prostituta.
               O ser Eva o ser Lilith, no debería ser ahora una disyuntiva pues en resumen tal vez las

               mujeres de nuestra época tenemos tanto de la una como de la otra. En todo caso, nos

               favorecería más olvidar la sumisión de Eva y sentir la presencia de Lilith, su capacidad
               de razonar, de ir en contra de las imposiciones de Adán y del Dios interpretado como un

               ser esencialmente misógino. En este sentido, volviendo a Barba, queda claro que: “la
               igualdad no  se  conseguirá  exclusivamente con políticas  públicas y  reformas a  la  ley”

               (Barba, 2016: 3), pues de acuerdo con Judith Plaskow “era imprescindible crear nuevos
               mitos, contar con referencias religiosas e históricas del poder de las mujeres” (Barba,





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