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desarrolla sus ideas sobre determinado tema con un estilo personal, es decir, de
manera “libre”.
Pero desde mediados del siglo XIX la disertación ha sido utilizada en
Francia para evaluar a los alumnos que estudian filosofía en el último año (curso
terminal) del liceo, es decir, del bachillerato o la educación media superior, así
como a los profesores que imparten clases en ese nivel educativo y también en
licenciatura y posgrado.
Pero la disertación filosófica ha sido criticada como medio de evaluación
del estudio de la filosofía y, sobre todo, en los últimos años se ha hablado de
nuevas prácticas filosóficas (NPFs), escolares y fuera de la escuela, para
aprender no sólo filosofía o conocimientos filosóficos sino, ante todo, para
filosofar, es decir, para realizar la actividad filosófica (Harada, 2012b).
Esas “nuevas prácticas filosóficas” tienen que ver más bien con el lenguaje
verbal y el diálogo directo, cara a cara y no tanto con lo escrito.
Sin embargo, a partir de lo que han planteado algunos de los principales
representantes franceses del movimiento de las nuevas prácticas filosóficas,
como Michel Tozzi (2008 y 2011), Oscar Brenifier (2005 y 2011) y Michel Onfray
(2005) se puede extraer una nueva concepción de la disertación para desarrollar
y mejorar algunas de las capacidades filosóficas fundamentales, a saber, a)
problematizar o cuestionar, b) conceptualizar o definir así como para c)
argumentar o fundamentar.[1]
En las siguientes páginas hablaré de las características de las disertaciones
filosóficas y de su empleo en un curso de Lógica de la ENP en el que los alumnos
y las alumnas las escribieron sobre la cuestión de equidad de género. Buscaré
mostrar que las disertaciones filosóficas pueden ayudar a desarrollar y mejorar
las capacidades filosóficas ya mencionadas y que no sólo pueden ser útiles
dentro de la Lógica y la Filosofía sino, igualmente, en otras disciplinas y