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momento crucial en los movimientos sociales y políticos de este siglo XXI. Así como
vimos que el género es un orden simbólico-social para definir y
diferenciar lo sexual, también vemos que el género tiene mucho
que aportar para configurar un orden político distinto y, con ello,
promover valores democráticos desde la perspectiva de género.
Como elemento que ordena las relaciones sociales y de poder
de lo sexual, el género puede trastocar nuestras representaciones, símbolos, lenguajes,
mentalidades y conductas sobre la política y la democracia, de ahí su pertinencia y
necesidad, pues hablar de género o perspectiva de género en política no significa sólo
que haya más mujeres en los sistemas representativos, sino es, además, “la oportunidad
de transformar el terreno de lo político” (Phillips, 1996, p. 16) y esa es parte de la tarea
en materia de democracia, igualdad y justicia que hoy en día nos toca hacer.
Cabe mencionar que la democracia no sólo es una forma de gobierno, sino también es
una forma de vida, es un valor para la vida social y cultural porque manifiesta que el
poder, la capacidad de ser, decidir y hacer un proyecto de vida propio y libre es de todas
y todos los ciudadanos. Quizá convenga volver al sentido original de la palabra
democracia, pues es éste el que nos recuerda, en palabras de Salvador Giner (1998),
que en un orden democrático “uno opina e interviene donde nadie llama: por eso posee
un espacio público, mientras que los demás carecen de él, donde el espacio de poder
pertenece a alguién, y no a todos” (p. 163). Así, reflexionar sobre la relación entre género
y democracia es reflexionar sobre el sentido de nuestras vidas como seres sexuados y
sexuales, donde nuestros roles de género, nuestras relaciones sociales a partir de él
(novio, esposa, madre, hermano, jefa, empleada, etcétera) se configurar y re-configuran
a partir de nuestra incidencia en el espacio público.
La democracia y la política modernas se constituyeron,
entre otros elementos, a partir de la distinción entre
público/privado. La política es asunto público, la vida
personal, y con ella la condición femenina, era privada. Hoy
en día la ecuación es distinta, el feminismo y la perspectiva de género nos han enseñado
que lo personal es público y, por ende, lo sexual también. Apropiarse del espacio público,
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