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Para apoyarnos, vale citar a Geney Beltrán Félix, otro crítico de la autora: “Hay
un doble movimiento vivencial que la prosa de Inés Arredondo revela: la
búsqueda de la utopía y la belleza, por un lado y, por otro, el descenso a la
impureza, la angustia y la locura. El paraíso y el infierno en las mismas páginas”
(Beltrán Félix, 2017, p.100).
Si observamos con un lente especial, el hombre de “La señal” es así. Igual las
protagonistas de “Mariana”, o la de “Olga”, quienes parecen desplumarse de
un solo golpe y caer en un vacío existencial provocado por un amor lleno de
culpa, drama y tragedia, en algunos casos. Ellas resienten ser “culpables de un
amor culpable”. Los temas sociales y sexuales de la época de los cincuenta y
sesenta, como el tabú del incesto, el homosexualismo, y otros temas
prohibidos por la cristiandad, son abordados con cierto afán, tremendista y
liberadora (sin dejar de ser terribles), por el poder de la escritura y la poesía
mismas. Con esto, Arredondo cumple con esa literatura emancipadora de la
época, la misma que se expresó en otras artes, como el cine, en un momento
en que la represión sexual, los tabúes como se mencionó, eran patrones muy
rígidos reflejados en una época atemporal cuando el poder del dinero de los
amos y terratenientes humillaban y siguen humillando a todos los demás,
como lo señala la autora en el cuento “Sombra entre sombras”.
Si en las letras mexicanas existe una
figura femenina “feroz”, “terrible”, una
mujer consciente e introspectiva en el
mejor sentido de la palabra, esa debe
ser Inés Arredondo. Cierto que en el
panorama de la literatura escrita por